Hoy publican en Ariadna, el suplemento sobre rollos digitales de El Mundo, un reportaje sobre el papel electrónico, la tinta digital, o al revés. Es algo sobre lo que se lleva hablando bastantes años, y parecía que todavía tardaría bastante en llegar. Basicamente son pantallas que tienen la forma de una hoja de papel, con las ventajas de cada cosa: una pantalla tiene usos ilimitados, puedes imprimir distintos contenidos una y otra vez; una hoja de papel es algo ligero, que puedes doblar, no ocupa mucho espacio, y donde resulta más cómodo y agradable leer.

Suena a ciencia ficción, pero según cuentan en el reportaje “la empresa holandesa Philips ha decidido fabricarlas en masa. Ya se producen 100 unidades semanales y para finales de año se espera que un millón de estas pantallas salgan de la cadena de montaje cada semana”. Está claro que esto del papel digital será un día lo más normal del mundo, y miraremos al pasado horrorizados por la destrucción de bosques y la contaminación que genera la producción de papel. Por suerte el papel no es un bien tan valioso como lo pueda ser el petróleo (¿o si?), así que esperemos que desde gobiernos y manos negras multinacionales no se bloquee el desarrollo de esta tecnología, es más, la impulsen (cosa que no ha ocurrido, por ejemplo, con el petróleo y posibles sustitutos. Pero ya se sabe, demasiada pasta en juego y demasiado fácil conseguirla, como mucho invadimos un par de paises y aquí no ha pasado nada).

Por otro lado tenemos que el papel digital traerá el problema del pirateo a los libros. Hoy en día es complicado y no resulta rentable piratear un libro, no ya tanto en términos económicos sino por la comodidad del proceso y la calidad del resultado: hay que hacer un montón de fotocopias, luego habría que encuadernarlo, etc. (a no ser que estés en la Universidad, donde si fotocopiarás libros o parte de libros, para tirarlos a reciclar el día después del examen…). Con el papel digital un libro deja de ser cientos de papeles para convertirse en un disco que un dispositivo te permitirá leer. Un disco que podrás encontrar en un top manta o bajarte de una red de intercambio de ficheros y que tendrá la misma calidad que el original que te podrás comprar en la tienda de la esquina.

Hoy en día ya te puedes decargar libros de Internet. Está el Proyecto Gutemberg, que fue iniciado en 1971, bastante antes de que la web tomase forma. El fundamento del Proyecto Gutemberg es ofrecer acceso universal (gratis, o tan barato que el coste no suponga una barrera para nadie, y de sencillo uso) a las obras literarias de dominio público. Una obra se considera de dominio público cuando han pasado 50 años de la muerte de su autor (al menos en EEUU, ¿alguien sabe cómo funciona en otros sitios?). Tiempo que fue aumentado hace poco: en un principio este periodo era de solo 14 años.

Es decir, que el negocio de las editoriales de libros de obras que han sido “liberadas” desaparecerá el día que el papel digital sea algo común (y dando por hecho de que todas esas obras se hayan digitalizado). Siempre que no vuelvan a cambiar la ley, claro. No es díficil imaginar que si hay suficiente dinero de por medio alguien se preocupará de cambiar esa ley, que perseguirá cuestiones económicas por encima de las culturales.

Respecto a los best-sellers, creo que se producirá algo similar a lo que ocurre en la actualidad con los grupos que editan discos en multinacionales: un top-manta de libros, pero materializado en discos. Entonces el equivalente de la SGAE para los libros (¿existe?) también exigiría cobrar un canon por los CDs y DVDs vendidos, porque se utilizan para reproducir materiales cuyos derechos de gestión ostentan. Ese día los discos duros y las conexiones a Internet también tendrán canon, y llegaremos indirectamente a una situación que desde el principio tendría que haberse planteado como lógica: una tarifa plana para consumir cultura. Puestos a imaginar, no estaría de más ventilarse las SGAEs de turno (organizaciones opacas cuyos fines no están explicitados y cuyo funcionamiento se rige por los intereses de una élite) y que estos impuestos los recaudase el Estado. Igual que pagas para que tu ayuntamiento ponga papeleras y farolas y construya carreteras y AVEs, ¿por qué no iba a controlar la recaudación que alimenta la industria cultural y apoye el patrimonio intelectual de una sociedad?

El primer problema que plantearía un sistema semejante es el reparto de ese dinero entre los artistas. No sería equitativo. Pero, ¿lo es hoy en día? ¿Recibe cada uno lo que se merece? Y siempre quedará el tema del darwinismo cultural: las personas que verdaderamente tengan algo que decir se adaptarán a las circunstancias y lo dirán de una manera u otra.