En los últimas semanas algunas webs relevantes (por número de visitas, claro) han rediseñado. Y como cualquiera puede hablar hoy en día, habla. Y critica.

Hay críticas para todos los gustos. Pero aquí en España hablar del trabajo de la competencia o de un colega de profesión -o de cualquier cosa- casi siempre (contando con la excepción que confirma la regla) supone hablar mal. La primera frase es “no me gusta“, cuando no directamente un echarse la manos a la cabeza acompañado de un “qué horror” rodeado de exclamaciones.

En vez de pararte durante 5 minutos a pensar en qué razones han llevado a alguien a hacer un rediseño de determinada manera, comprender sus intenciones, o tratar de ver los puntos positivos de un cambio, la primera reacción (que toma asiento como si estuviese en su casa y allí se queda, borracha perdida con la cervecita que te ha obligado a sacar) es “no está bien, antes estaba mejor”.

Y por supuesto, nosotros siempre hubiésemos sido capaces de hacerlo mejor. O al menos lo hubiésemos hecho de otra manera, porque esa no está bien. Puede ser que no nos gusten los cambios. ¿Envidia? También tenemos otro gen que solo nos permite abrir la boca para quejarnos, nunca para hablar bien de algo o de alguien.

En España no hay mercado (nota mental: meme a ser desarrollado), y por este camino desde luego nunca lo habrá.

Hace tiempo Martín Varsavsky hablaba de algo tangencialmente relacionado.

¿Somos pesimistas por naturaleza? ¿Sólo en España?